La memoria, la pérdida de la inocencia y el Sur sentido por un cineasta del norte
Víctor Erice realizó esta película en 1983 con producción de Elías Querejeta. Es el segundo filme del director, que antes de dedicarse a la realización había escrito como crítico de cine en varias publicaciones especializadas y estudiado en la Escuela de Cine de Madrid en el marco del Nuevo Cine Español (años 60 y 70), pero en el año de producción de esta película todo eso ya no resultaba novedoso, quizás porque los planteamientos y soluciones que los nuevos cineastas y teóricos del medio habían propuesto no llegaron a seguir un camino muy fructuoso. De haber sido de otro modo, a estas alturas una película como “El Sur” no debería haber sido una excepción sino la norma, el tipo de cine que se habría convertido en el modelo tanto a nivel narrativo como estilístico. Pero el cine español nunca ha sabido aprovechar los buenos momentos, y eso es algo más que evidente. Esta película no fue completada en su totalidad, pues Erice tenía en mente un final completamente distinto, rodado en el sur, pero el productor paralizó el rodaje cuatro semanas antes de lo previsto por imposibilidad de continuar. A pesar de ello, la película fue un absoluto éxito de crítica y fue considerada la mejor película del año en los festivales de Chicago, Burdeos y Sao Paulo.
En “El Sur” asistimos al relato que nos cuenta la protagonista, Estrella, que nos hace testigos de los vivos y mágicos recuerdos que posee de su padre y cómo la percepción que tenía de él fue cambiando a lo largo del tiempo, mientras ella iba creciendo y a la vez descubriendo más datos sobre el pasado misterioso de su progenitor. Nos habla desde un presente amargo (tanto por sus circunstancias personales como por el momento histórico, 1957, aún bajo la dictadura franquista) y evoca un pasado feliz, inocente, y ella misma admite la posibilidad de que algunos de los recuerdos no sean más que producto de su imaginación mezclada con imágenes que recuerda vivamente.
Un cineasta que se hace esperar
Víctor Erice es uno de los mejores y más importantes cineastas del panorama español, y con sólo tres largometrajes en 30 años resulta un nombre imprescindible en la historia del cine nacional. Son su capacidad para contar historias mediante imágenes, que al fin y al cabo es de lo que se trata el cine; su potencia visual y su forma de transmitir sentimientos lo que le hacen único en su trabajo. Resulta fácil percibir su amor por el cine, y el hecho de que sus películas vengan con tanto tiempo de por medio puede que le haga incluso más apetecible, pues su cine crea una expectación abrumadora. Un cineasta que no se deja comprar y que sólo se compromete con una película cuando siente que tiene una historia que necesita contar y sabe que es capaz de traducirla a imágenes de una belleza impresionante.
“El Sur” es su segundo largometraje, y si bien en el primero, “El Espíritu de la colmena”, ya dejó claro que era todo un visionario y que había que seguirle la pista, en este filme vemos una clara evolución estilística. Su habilidad para componer y crear imágenes que se quedan marcadas en la mente del espectador ya había sido demostrada, pero es el inteligente y a la vez artístico empleo de la iluminación lo que le delata en esta ocasión, pues en su primer filme el uso de este elemento era mucho más discreto (no por ello menos bello) y en esta ocasión cobra un protagonismo bastante significativo,además de funcionar como mecanismo de transición entre los distintos momentos de la película, que no dejan de ser recuerdos que vienen a la memoria de Estrella, que aparecen y se difuminan como lo hacen las imágenes que evocamos en nuestra mente.
Es esta belleza de lo que se muestra, el cómo contar una historia y hacer que las imágenes tengan una importancia feroz lo que le distingue de otros cineastas de gran calidad de su época, como es el caso de Carlos Saura, en quien podemos encontrar, en cierto modo, su antítesis: Saura pone más énfasis en la historia en sí y lo que se oculta tras ella, dota a sus películas de un significado subyacente que se convierte en lo más importante para él. No quiere esto decir que las películas de Erice sean absolutamente explícitas y no dejen espacio al espectador para sacar conclusiones y extraer distintos significados, pues las obras de Erice también poseen cierto misterio que debemos extraer nosotros mismos. Simplemente se trata de que este último imprime más poder en sus imágenes del que hacen otros de su generación, y eso es claramente identificable.
Una imagen vale más que mil palabras
Hablar de la puesta en escena de Víctor Erice podría llevarnos mucho tiempo, pues no hay ningún aspecto que no merezca la pena comentar. Desde el encuadre hasta la música, pasando por la bellísima iluminación y, cómo no, el trabajo de los actores, todo resulta perfectamente coherente, componiendo un resultado final de extraordinaria belleza. Ya el comienzo con la secuencia de créditos hace que nos demos cuenta de que estamos ante una película hecha con mucho cuidado y mucho cariño, con sentimiento y ante todo conocimiento del medio con el que se trabaja, con una actitud de cambio y conciencia de la posibilidad de éste. Unos créditos que van apareciendo sobre fondo negro, que deja entrever una especie de ventana por la que poco a poco va entrando la luz y que termina revelándonos una cama en la que una chica sentada llora, sosteniendo algo entre sus frágiles manos, cual Piedad que llora a su hijo perdido. Puro sentimiento plasmado en un simple plano que se desvela poco a poco, haciendo que el espectador busque e interprete y se admire al llegar el resultado final (esa Piedad llorosa). Y esto es sólo el comienzo.

El misterio que envuelve al padre de Estrella es transmitido a través de cierto suspense de forma bastante efectiva, lo que ayuda al espectador a conectar con la niña y con esa sensación de curiosidad. En una de las primeras escenas, Estrella evoca el momento en que subió a curiosear el ático donde su padre hacía sus experimentos. Esta escena está inteligentemente construida con la subida de Estrella de las escaleras y la llegada de ésta a la puerta cerrada a través de cuya cerradura intenta atisbar a su padre en acción. De repente, una pelota roja que la chica sostenía torpemente en sus manos se cae y rueda por la escalera, delatándola ante su madre. Esta escena es un claro guiño a uno de los filmes de terror que definen dicho género: se trata de “Al final de la escalera”, película de 1979 en la que esa misma pelota roja cae lentamente por unas escaleras (ver imagen inferior) tras haber sido arrojada al río por el protagonista varios minutos antes. Esta forma de jugar con la memoria cinematográfica reciente del espectador para rememorar el sentimiento de inquietud resulta curiosa a la vez que inesperada, sobre todo teniendo en cuenta que no estamos en un filme de terror ni algo que se le parezca.

Ya el crítico Ángel A. Pérez Gómez describió a la perfección el modo de hacer y el talento de Erice en pocas palabras en la revista Reseña: “el contenido narrativo de El Sur no contiene originalidad mayor. Lo que la convierte en obra importante es la forma en que está narrada. Erice es un cineasta impresionista, preocupado por suscitar emociones sensoriales en el espectador. La intensidad de la emoción la transmite gracias a la luz, a las lentas transiciones (...)”.
Poderosos planos para transmitir sentimientos y sensaciones, como aquél en que Estrella se columpia en el jardín de su casa y a la vez observa a su padre a través de la ventana del cuarto de éste, que se ha convertido en un extraño para ella al descubrir que tiene secretos ocultos, que podía haber otra mujer en su cabeza. Es este momento uno de los muchos en que el espectador llega a sentir empatía con Estrella, es capaz de sentir el escalofrío que la recorre al pensar que su padre no es quien ella creía, como ella misma admite narrando desde su presente: “cierta idea que tenía de mi padre empezó a cambiar, fue como descubrir que apenas sabía algo de él”.
Son los escenarios otro instrumento que Erice emplea para transmitir belleza a la vez que le sirven de instrumento para describir el paso del tiempo, como es el largo camino delimitado por altos árboles que hay junto a la casa. Este camino es testigo del crecimiento de Estrella y de sus constantes idas y venidas, y nos muestra el crecimiento de ésta antes de que podamos verlo reflejado en su cuerpo: ese maravilloso plano en que Estrella se aleja con su bicicleta y cuando vuelve los árboles han sido pintados de blanco con una línea y ella ya es casi una mujer. Por último destacaremos un plano que resalta por su eficacia y desgarradora sutileza: el modo en que el director (o Estrella, según se mire) nos hace entender que el padre se ha suicidado: un simple plano en el que yace el cuerpo del padre tirado en el suelo junto a su escopeta y la bicicleta roja de Estrella. Su misterio reside, además de en la iluminación, que no nos deja verlo completamente bien, en el hecho de que no se nos muestra si la chica lo descubrió en ese lugar pero resulta más que evidente, dado que su bicicleta está junto a él.
Memoria relatada
No como en su anterior película, “El Espíritu de la Colmena”, en esta ocasión la historia la cuenta una Estrella adulta que acude a sus recuerdos para ilustrarnos. De todos modos, es esa infancia la que se nos muestra en el filme, una infancia con la que el director parece identificarse y a la que suele favorecer si la comparamos con el mundo de los adultos, siempre con problemas conyugales (el matrimonio no es una institución que salga muy favorecida en sus historias) y secretos. La técnica de la voz en off que nos va narrando la memoria de su infancia nos da también muchas claves que en su primer filme el espectador tenía que extraer de las situaciones, de los diálogos y muy frecuentemente de la intensa mirada de la niña Ana Torrent. Los silencios, por otro lado, son algo esencial en “El Sur”, pues nos permiten centrarnos en la imagen y contemplarla para extraer de ella todo el sentimiento y la información que contiene.
El inicio de la película nos muestra a Estrella adolescente, del mismo modo que la vemos al final, cuando cae enferma tras la muerte de su padre (al igual que Ana al final de “El Espíritu de la Colmena” caía enferma tras la muerte de su Frankenstein particular) y hace las maletas para ir a recuperarse al sur, un sur del que se habla durante todo el filme pero que ella aún no conoce.
La pérdida de la inocencia es uno de los temas que subyacen en la historia, a la vez que la búsqueda interior (pues Estrella busca saber de su padre para poder llegar a conocerse a sí misma y convertirse en mujer) y la ruptura familiar. No es casual, por lo tanto, que el relato esté ambientado en la posguerra y la dictadura, un momento muy duro en que el padre de la protagonista tuvo que exiliarse al norte y renunciar a su amado sur, donde quedaron todos sus secretos. Ese sur que Estrella sólo conoce a través de postales y de lo que su madre y Milagros, ama de cría de su padre, le han contado y que ella se imagina repleto de palmeras. Un sur que por fin podrá conocer personalmente, lo que le permitirá por fin conocerse a sí misma.
En definitiva, un cine español al que no estamos acostumbrados y que demuestra que todo se puede hacer de forma distinta, bien hecho, si se intenta. Una vía que el cine español debería haber elegido de forma más mayoritaria hace muchos años pero que, por desgracia, se limita a unos pocos títulos. Un autor a tener muy en cuenta, una historia interesante y conmovedora y una técnica que deja muchas imágenes para el recuerdo. Puro sentimiento fotografiado, plano a plano. Puro espíritu del Nuevo Cine Español en su grado más alto de belleza, algo que pudo ser y desgraciadamente no llegó a ser hasta donde nos habría gustado.
EL SUR
Dirección: Víctor Erice.
Argumento y guión: Víctor Erice, a partir de un relato de Adelaida García Morales.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Música: Piezas de Ravel, Schubert y Granados,
Montaje: Pablo G. del Amo.
Producción: Elías Querejeta.
País: España/Francia.
Año: 1983.
Duración: 93 min.
Intérpretes: Omero Antonutti (Agustín), Sonsoles Aranguren (Estrella, 8 años), Icíar Bollaín (Estrella, 15 años), María Massip (Estrella adulta, voz en off), Lola Cardona (Julia), Rafaela Aparicio (Milagros).
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