Esta película, dirigida por Carlos Saura y producida por el prolífico Elías Querejeta (quien produciría todos los filmes de Saura hasta entrados los años 80), fue rodada en los años finales de la dictadura franquista, concretamente en el año 1972. Quizás sea ese uno de los motivos por los que consiguió sobrevivir a la temible censura, aunque sus mecanismos de expresión metafóricos hicieron parte del trabajo sucio, y es que esta película es toda ella una gran metáfora. El guión es de Saura en colaboración con Rafael Azcona, de cuya unión nacerán numerosos filmes de gran calidad. La protagonista, Geraldine Chaplin, ya colaboró anteriormente con Saura en “Peppermint Frapé” (1965) y seguiría la lista de colaboraciones durante varios años como musa del autor.

El filme narra la historia de Ana, joven inglesa que entra a trabajar como institutriz a un caserón prácticamente abandonado en medio del campo. Allí vive una familia burguesa un tanto peculiar, liderada por una madre enferma y senil que sufre de fingidos ataques epilépticos y formada por sus tres hijos, a cada cual más perturbador: Juan, el padre de las niñas resulta ser un obseso sexual; José es autoritario y colecciona uniformes militares y Fernando intenta alcanzar la unión mística con Dios trasladándose a vivir a una cueva cercana a la casa. Las tres niñas de las que Ana tendrá que hacerse cargo se convertirán en la menor de sus preocupaciones cuando tenga que lidiar con los tres varones de la casa, intentando llevar la situación lo mejor posible mientras que ellos se sienten cada vez más atraídos y tentados por ella, cada uno a su modo.
Esquivando una dictadura
Poco podemos decir que no se haya dicho ya de esta película y sus significados. Carlos Saura es uno de los directores que durante el Franquismo optó por hacer un cine menos comercial y conformista y optó por una vertiente absolutamente crítica, tanto con el Régimen como con la sociedad española en su conjunto. Ya desde sus comienzos optó por el camino de los “reformadores” del cine español, participando en las Conversaciones de Salamanca de 1955 y enfrentándose a la mala situación del cine nacional, poniendo todos sus esfuerzos en hacer algo distinto y de calidad. Escribe la mayor parte de los guiones de sus películas, explorando distintos universos y demostrando siempre una voluntad creadora y un talento que le han otorgado en numerosísimas ocasiones todo tipo de premios y reconocimientos alrededor de todo el mundo. Más que los elementos propios cinematográficos como la planificación, él innova y asombra mediante técnicas narrativas, empleando la iluminación y la música en su grado justo. Buen director de actores, Stanley Kubrick tras conocerle le pidió que se encargara de la dirección del doblaje de algunas de sus películas más aclamadas, como “La Naranja Mecánica” y “El Resplandor”.
Todo esto se refleja en “Ana y los lobos” de forma más que evidente. El empleo de los planos no asombra, pues no es ésa la intención. Fotógrafo aficionado (de hecho ha realizado numerosas exposiciones de sus fotografías), para él el cine es mucho más que sucesión de planos y lo demuestra claramente en sus películas: son sólo una herramienta necesaria que, en este caso, no lleva todo el peso de la narración, el cual reside en los diálogos y el trabajo de los actores. La iluminación y la música cumplen una clara función, y es la de ayudar a identificar y construir espacios y personajes, sin más pretensiones. Resulta evidente la importancia de la puesta en escena, pero es sobre todo en el mecanismo de narración donde este autor y, en concreto, esta película destacan sobre el resto y marcan una diferencia que llama la atención y requiere una mención especial.
Además de todo esto y como si fuera algo natural en el curso del filme, hay claras referencias al Surrealismo, muy definidas y fácilmente identificables. Las escenas de conjunto que Fernando ve y que nos hacen dudar de su realidad en el contexto del filme no dejan indiferente, además de aportar un toque humorístico cercano al esperpento: escenas en el jardín como esa en la que Ana retoza con Juan mientras las niñas juegan tranquilas, la abuela es transportada en su silla por las criadas y José monta a caballo recuerdan a algunos momentos de “L’Age D’Or” (1930) de Buñuel.
Leer entre líneas
Una historia llena de significados y alusiones que el espectador debe interpretar. Un país cansado ya de una dictadura que no le deja respirar y contra la que lucha infatigablemente a pesar del conformismo que perdura en gran parte de él. Una película que intenta reflejar esa situación y criticarla de forma sutil, tan sutil que pueda presentarse ante los censores y atravesar sus barreras, pero lo suficientemente explícita como para que a la vez sus espectadores en las salas de cine lean entre líneas. Lo más atrevido de esta película resultan los personajes que la habitan, pues cada uno refleja uno de los pilares del Franquismo, que se verán perturbados con la llegada de una mujer extranjera que no tiene reparos en enseñar sus largas piernas a la vez que hace las labores de institutriz, nada que ver con las mujeres del país.
Desde el mismo principio de la película, los personajes se van presentando a sí mismos sin dejar que penetremos del todo su psicología. Las escenas de la misma llegada de la institutriz y de la cena son muy significativas a este respecto: Ana, con un pasaporte que ha visto muchos lugares distintos y una maleta llena de libros y de cintas de música; José, fisgoneando e intentando controlarlo todo desde el primer momento; la madre, contando sueños tenebrosos que evidencian una mente no muy sana; Fernando, que habla poco pero lo dice todo con esa mirada que dirige a Ana; y Juan, que ya en su segunda conversación con ésta se acerca demasiado. Será la madre, mucho más adelante, quien nos de las claves que nos llevan a comprender a sus hijos. A José lo vistieron de niña hasta hacer la comunión, Juan ya hacía “cochinadas” con su prima Angélica y a Fernando le reprimieron el placer que le suponía chuparse el dedo poniéndole un dedil que le destrozaba la cara. Hasta aquí el espectador ya ha sido capaz de identificar a cada personaje con los valores que representan: lo militar (José, coleccionista de uniformes militares que le dan seguridad), la religión (Fernando, que renuncia a todo o eso intenta) y la represión sexual (Juan). La madre también dará muchas más pistas de las claves básicas para seguir el hilo de la metáfora y no perderse, especialmente cuando repita que “deben estar unidos” y que Fernando es el mejor de todos sus hijos.

Una historia lineal, cronológica en la que los personajes van involucionando: en lugar de avanzar cada vez se sienten más débiles ante la tentación que Ana les supone. Ésta, a su vez, intenta sobrellevar la situación con ironía y se apunta al juego de todos ellos, en parte intrigada por ver qué les motiva y hasta dónde pueden llegar, y en parte fascinada por todos estos distintos universos que conviven en la misma casa, un auténtico manicomio alejado de todo donde las niñas, que han crecido en este ambiente insano, no se escandalizan apenas por nada y juegan a imitar a los adultos que las rodean, algo no muy aconsejable. El atrevimiento de Ana la llevará a terminar siendo pasto de los hermanos, esos lobos que la utilizarán para realizarse como hombres, cada uno a su manera.
El modo en que Saura emplea los diálogos, y las situaciones que crea entre los personajes hacen que no sean necesarios más mecanismos para llevar la trama hacia adelante. Al igual que en “La Caza” (1965), los personajes irán dejando ver su psicología a través de sus palabras, sus diálogos les definen. En esa película se veía reflejada la Guerra Civil y la crudeza de algunas imágenes de la caza de un grupo de amigos resultaba sutil si la comparamos con la realidad a la que hacían referencia.En esta ocasión la crudeza llega al final, cuando todos los hermanos se desahogan con Ana y vemos claramente cómo José le dispara varias veces y la dejan tirada en el suelo. No destaca por ser un director violento, pero tras el empleo de la metáfora durante todo el filme decide terminar de forma cortante, dura, clara. Una claridad que resulta un tanto desconcertante si tenemos en cuenta que la muerte de Ana resulta ser simbólica, pues hay una segunda parte del filme aunque mucho más posterior: “Mamá cumple cien años” (1979), esta vez en clave de comedia. Esto sólo queda claro tras saber de la existencia de dicho filme, pues en la película que nos atañe el final es bastante explícito en cuanto a la muerte de Ana.
Estamos ante uno de los directores de cine españoles más premiados internacionalmente y también uno de los más respetados debido a su forma de contar historias que en otras manos serían mucho menos profundas. Un autor que nos muestra, en esta ocasión, una vía para ejercer la crítica al Estado de forma muy severa pero a la vez irónica sin ser demasiado explícito, demostrando que todo se puede hacer de forma diferente.
ANA Y LOS LOBOS
Director: Carlos Saura
Productor: Elías Querejeta.
Guión: Rafael Azcona y Carlos Saura.
Fotografía: Luis Cuadrado.
Música: Luis de Pablo.
Montaje: Pablo García del Amo.
Intérpretes: Rafaela Aparicio (madre), Geraldine Chaplin (Ana), Fernando Fernán Gómez (Fernando), José María de Prada (José), José Vivó (Juan), Charo Soriano (Luchy).
Año de producción: 1972.
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