miércoles, 20 de mayo de 2009

lecciones de moral en 16:9

Gran Torino, o cómo un filme intenta explorar la condición humana sin importarle acercarse peligrosamente a los extremos.

Desde el principio se nos coloca ante una historia donde sólo importa lo humano, tanto para lo bueno como para lo malo. En realidad podría decirse que estamos ante una película sobre la vida y la muerte, sobre la forma en que ciertas personas deciden llevar su vida o sobrevivir a ella y cómo afrontan su muerte o se lanzan hacia ésta.

Los valores de la humanidad se ven reflejados en los personajes y en las situaciones a las que éstos se enfrentan. Todo comienza con un hombre que acaba de perder a la única persona que le amaba y le entendía, un hombre que sólo ve miseria y perdición a su alrededor y por el que ni siquiera sus hijos se preocupan. Este ex-combatiente de Korea vigila lo que ocurre en el barrio desde su porche, siempre acompañado por sus dos fieles compañeras: una escopeta y su mascota, una perra llamada Daisy. Este porche se convierte en el torreón desde donde guarda su territorio, donde cuidadosamente hay siempre una bandera americana ondeando al fondo, símbolo de ese amor por su patria que está siendo invadida desde hace muchos años por centenares de inmigrantes de todo tipo que parecen no sentir respeto por nada.

El barrio, esa torre de Babel donde "conviven" (o más bien malviven) todas las razas, todas las bandas, es testigo de todo tipo de hechos. Walt es uno de los pocos norteamericanos que quedan en el barrio y allá donde mira sólo ve perdición. Los jóvenes son delincuentes que se enfrentan en bandas divididas por razas, y las personas mayores le desprecian y le insultan en idiomas que desconoce. Sólo allí donde le conocen puede estar tranquilo, y aun en esos lugares (el bar, la barbería) sigue habiendo inmigrantes, aunque no tan agresivos.

Un hombre solitario que sabe qué se siente al matar a personas inocentes, que dice lo que piensa y no precisamente de forma sutil, que sabe más de la muerte que de la vida y que parece no tener fe en nada ni en nadie puede dar el perfil para antihéroe de la historia, pero no olvidemos que estamos hablando de Clint Eastwood. Durante los primeros veinte minutos hemos conocido a un Walt inhumano, un hombre marcado por la guerra que poco a poco irá experimentando sentimientos tan humanos como la compasión, el amor y la venganza y repartirá lecciones sobre todo ello durante el resto de la película.



Un acercamiento intercultural hacia la familia vecina comenzará a abrirle los ojos y a raíz de un encuentro con un chamán monk descubrirá que tiene muchas más cosas en común con esta otra cultura que con los de la suya propia. En la relación paterno-filial, maestro-discípulo que desarrolla con Tao tras confirmar que sus propios hijos no sienten mucho aprecio por él, el personaje de Walt tendrá la oportunidad de aprender de él y de enseñarle también en una serie de situaciones que nos resultan familiares, pues esta temática ya ha sido abordada en muchos filmes anteriormente. Lo novedoso de esta película es el personaje de Walt, una especie de doctor House inicialmente racista que resulta ser un incomprendido y que descubrirá su lado más humano y la poca razón que tenía al juzgar de antemano a su familia vecina.

Lo curioso y quizás molesto de esta obra es el modo en que se muestra ese racismo, la forma absoluta y rotunda de representar a las distintas razas en bandas violentas para nada alejadas de la realidad, pero que crean un ambiente favorable hacia la actitud de Walt: da la impresión de que quisiera justificarse el racismo del personaje de modo descarado hasta el momento en que éste empieza a cambiar de actitud, como si se quisiera crear una empatía entre el personaje y el espectador que en algunos casos puede ser efectiva pero que puede no funcionar siempre.

Los rituales van dando ritmo a la historia, desde el funeral que da comienzo y pone el punto y final a la película hasta la visita periódica a la barbería, pasando por las comidas con los vecinos, las luchas entre bandas e incluso el simple gesto de lavar el coche delante de los vecinos, todo absolutamente americano como también lo es la constante presencia de armas que pasan de unas manos a otras.

Como toda historia de la condición humana, la catarsis del personaje llega al final y es entonces cuando Walt se prepara para una muerte a la que no teme y que según él mismo dice le hará ‘estar en paz’, un sacrificio necesario para salvar a su discípulo y que pretende convertir al personaje racista del principio en un héroe que imparte justicia sin tomársela por su propia mano, pues resulta quizás demasiado apropiada esa forma de terminar con la banda para una persona como la que se nos presentaba al principio. Resulta que el aparente monstruo no lo es tanto, que tiene corazón y que puede amar y ser amado, sólo necesitaba que intentaran comprenderle.


En definitiva, estamos ante una historia que pretende dar una lección de moral y que no falla al hacerlo, pero quizás sea demasiado absoluta en sus formas, sin dejar opción a dudas ni a segundas opiniones. Y es que, ¿quién se atreve a decir que Walt tomó alguna decisión incorrecta o, cuanto menos, cuestionable?

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